¿Te cansa que el Evangelio
no te diga nada?
Recibe GRATIS, cada domingo,
una meditación
sobre el Evangelio
que te sorprenderá y
te hará vibrar de nuevo
con la Palabra de Dios
Al suscribirte a nuestra lista de correos, aceptas que elEvangeliotehabla.com trate tus datos personales de acuerdo con nuestra Política de Privacidad. La finalidad de esta captación es enviarte una reflexión diaria sobre el evangelio, así como contenido relevante, noticias, reflexiones, promociones y otros materiales que creemos pueden ser de tu interés.
Protección de tus datos: Nos comprometemos a tratar tus datos de manera segura y confidencial. Tus datos no serán compartidos con terceros sin tu consentimiento expreso, excepto en los casos permitidos por la ley. Podrás acceder, modificar o eliminar tus datos en cualquier momento. Para más información sobre cómo tratamos tus datos, consulta nuestra Política de Privacidad.
Derechos del usuario: Puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento haciendo clic en el enlace de "Cancelar suscripción" al final de cada correo. Para ejercer tus derechos de acceso, rectificación, limitación o supresión de tus datos, o para cualquier consulta, puedes contactarnos a través de info@elevangeliotehabla.com
Consentimiento: Al hacer clic en “Suscribirme”, confirmas que has leído y aceptado nuestra Política de Privacidad y nos das tu consentimiento para enviarte nuestras comunicaciones.
A continuación encontrarás una muestra del Evangelio meditado. Suscríbete
para recibir la meditación del Evangelio de CADA DOMINGO en tu buzón, AHORA GRATIS
Meditación del Evangelio
Evangelio según San Juan 14, 23-29:
"En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde.
Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo.
Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
✠ «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.»
Jesús nos revela aquí el núcleo de toda vida espiritual auténtica: el amor como puerta de entrada a la presencia de Dios. No se trata solo de creer o de rezar, sino de guardar su palabra, es decir, de integrarla, abrazarla, dejar que nos transforme por dentro. Guardar la palabra de Cristo es como acoger una semilla viva que, si encuentra tierra buena, florece y da fruto. Y la promesa es inmensa: Dios mismo vendrá y hará morada en nuestro corazón. No solo nos visita, sino que se instala. ¿Y cómo vive uno cuando sabe que Dios habita en su interior?
✠ «El que no me ama no guarda mis palabras.»
Esta frase es una invitación al discernimiento. No basta con decir que creemos, o con repetir fórmulas. El termómetro del amor es el grado en que nos dejamos afectar y moldear por su palabra. Cuando no hay amor, las palabras de Jesús se quedan fuera, como si rebotaran en una coraza. Pero cuando amamos, su palabra nos penetra, nos inquieta, nos ilumina… El evangelio no es un texto para estudiar, sino una voz para acoger. Y esa acogida exige una relación viva, un corazón que escuche y responda.
✠ «El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, os lo enseñará todo.»
Jesús sabe que sus discípulos –y nosotros también– muchas veces no entendemos, olvidamos, nos dispersamos. Por eso promete un regalo: el Espíritu Santo, que no es otra cosa que el amor entre el Padre y el Hijo derramado en nosotros. Él nos enseñará todo, no como un maestro externo, sino desde dentro. El Espíritu es memoria viva, intuición silenciosa, luz que va guiando. ¿Te has fijado cómo, a veces, en medio del caos o de una decisión difícil, aparece de pronto una paz o una claridad inesperada? Muchas veces, eso es Él.
✠ «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo.»
Este versículo es una perla. Jesús distingue su paz de la que ofrece el mundo. La del mundo depende de las circunstancias: salud, dinero, afectos. Su paz, en cambio, es una presencia que permanece incluso en medio del dolor o de la pérdida. No es ausencia de conflictos, sino presencia amorosa en medio del conflicto. Es como si dijera: “Aunque el mundo se tambalee, si me tienes a mí dentro, no te perderás.” Esta es la paz que necesitamos: la que no desaparece cuando todo tiembla. La que anida en el centro del alma y no depende de lo exterior.
✠ «Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde.»
El corazón humano se turba con facilidad. Basta un cambio, una mala noticia, una traición, una enfermedad. Jesús no nos pide que no sintamos miedo, sino que no nos dejemos paralizar por él. El miedo no debe tener la última palabra. Y lo que lo vence no es la valentía ciega, sino la certeza de que no estamos solos. Cuando sabemos que hay un amor que no nos abandona, que hay un Dios que habita dentro y que nada puede separarnos de Él, entonces el corazón puede descansar, incluso en medio de la tormenta.
✠ «Me voy y vuelvo a vuestro lado.»
Este misterio de la partida de Jesús es un ejercicio de fe. Él se va, pero no desaparece. Se va, pero permanece. No está visible, pero está más presente que nunca. En su ausencia física se nos ofrece su presencia interior. Como pasa con el amor verdadero: a veces no está delante, pero sentimos su fuerza dentro. Jesús nos dice: “No me verás como antes, pero si crees en mí, me sentirás más profundamente.” Esta es la fe pascual: vivir con la certeza de que el Resucitado camina a nuestro lado, aunque no lo veamos.
✠ «Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»
Jesús prepara el corazón de los suyos para la prueba. Les dice todo esto no para evitar el sufrimiento, sino para sostener su fe cuando llegue. Porque la verdadera fe no se mide cuando todo va bien, sino cuando parece que Dios guarda silencio. El Evangelio es memoria que sostiene. Cuando vienen las noches oscuras, estas palabras son como una antorcha que nos recuerda que, aunque todo parezca perdido, lo prometido se cumplirá, y el amor de Dios no falla.
PROPÓSITO PARA HOY
Hoy, te invito a guardar silencio por unos minutos y dejar que estas palabras de Jesús se hagan carne en ti. Pregúntate: ¿Vivo con la conciencia de que Dios habita en mí? ¿Qué palabras suyas necesito guardar más profundamente en mi vida? Pide al Espíritu Santo que te enseñe lo que necesitas comprender y que te conceda la paz que el mundo no puede dar.
JACULATORIA PARA EL DÍA
“Ven, Espíritu Santo, y haz morada en mí.”
Contemplación: Ser un personaje más
Estás allí, en la estancia donde Jesús se reúne con los discípulos. La atmósfera es íntima, densa, cargada de una mezcla de amor, tensión y misterio. Las lámparas de aceite proyectan sombras temblorosas en las paredes de piedra. Puedes escuchar el crujir de la madera bajo tus pies, el suave respirar de los otros, y en medio de todo, la voz de Jesús, serena y penetrante, que se dirige a todos, pero parece mirarte directamente a ti.
Estás sentado, quizás en el suelo, cerca de Él. Sientes en tu pecho una mezcla de inquietud y consuelo. Jesús habla del amor, de guardar su palabra, del Padre que viene a hacer morada en quien ama. Eso te conmueve profundamente: ¿Dios habitando en ti? ¿De verdad?
Y de pronto, Jesús menciona que se va… pero promete volver. Habla de paz, una paz que no es como la del mundo. Mientras lo dice, sientes cómo algo dentro de ti se aquieta, como si esa paz ya comenzara a tomar forma en tus entrañas. Pero también sientes miedo, tristeza. ¿Qué quiere decir con que se va? ¿Por qué justo ahora?
Luego nombra al Paráclito, al Espíritu Santo. Una presencia nueva, misteriosa, que te enseñará todo, que te recordará lo que Él ha dicho. Tú no entiendes del todo, pero confías. Hay algo en su tono, en su mirada, que te convence: no estás solo. No estarás solo.
Te quedas allí, quieto, con la mirada fija en su rostro. Observas cómo le habla a los demás, pero parece estar también hablándote al corazón. Sus palabras resuenan en tu interior como si fueran un eco del cielo.
Sientes que algo se ha sembrado en ti. No sabes bien qué será, pero intuyes que no volverás a ser el mismo.
Contemplación desde Jesús
Estás en la última etapa de tu camino con ellos. Los has amado hasta el extremo. Has compartido cada momento: caminatas bajo el sol ardiente, noches de oración, miradas cómplices, silencios compartidos, curaciones, lágrimas y risas. Los conoces a todos profundamente. Sabes cómo late el corazón de Pedro, la mirada intensa de Juan, las dudas de Tomás, el fuego contenido de Simón, el nerviosismo de algunos… y el temblor de los que aún no han entendido.
Estás sentado en medio de ellos. El aire es denso: ya se acerca la hora. Tu alma vibra con una ternura infinita. Miras sus rostros, sabes que están turbados, que no comprenden bien. Quisieras quedarte… pero sabes que es mejor ir al Padre. Confías. Y quieres que ellos también confíen.
Te brota entonces esa promesa:
“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará… y haremos morada en él.”
Es tan inmenso el don que anuncias, que casi no cabe en palabras: ¡Dios mismo viviendo en cada uno que ama! Sientes cómo el amor del Padre fluye por ti hacia ellos. Quieres que lo comprendan. Que lo experimenten. Que no se sientan huérfanos.
Y entonces les hablas del Espíritu. Lo anuncias con esperanza. Sabes que el Paráclito los sostendrá, que recordará tus palabras cuando ellos no puedan. Sabes que en su fragilidad, el Espíritu será fuerza, luz, consuelo, guía.
Tu voz se suaviza al decir:
“La paz os dejo, mi paz os doy.”
Y es cierto. Esa paz no es ausencia de conflicto, sino presencia de amor. Una quietud profunda en medio de las tormentas que vendrán. Esa paz que tú mismo llevas dentro, a pesar de lo que se avecina.
Los miras… y sientes una ternura infinita. Hablas con palabras sencillas, pero cargadas de eternidad. Les aseguras que volverás. Que no todo está terminado. Que lo que viene es parte del misterio del amor.
Y aunque sabes que muchos de ellos temerán, dudarán, te traicionarán o huirán… tú los amas igual. No hay reproche en tu alma. Solo amor que se entrega. Amor que se da hasta el final. Amor que permanece.
Tu corazón se estremece mientras hablas. En lo profundo, ya sientes la cruz acercándose. Pero en ti habita una certeza indestructible: el Padre no te abandona. Y tú tampoco abandonarás a los tuyos.
Contemplación desde Pedro
Estás allí, en la estancia donde Jesús habla con vosotros. Te arde el pecho. No entiendes del todo lo que dice… pero cada palabra suya atraviesa tu alma. Lo conoces como nadie. Lo has seguido, lo has amado, y también… lo has fallado. Muchas veces. Y sin embargo, ahí estás. Él aún te incluye, te mira, te confía palabras que parecen venidas del mismo cielo.
Cuando dice:
«El que me ama guardará mi palabra… y haremos morada en él»,
algo dentro de ti se revuelve. Tú lo amas, sí. Pero... ¿has guardado su palabra? ¿Puedes prometer eso? Te vienen a la mente tus impulsos, tus negaciones interiores, tus promesas que luego se disipan. Y sin embargo, te aferras a una verdad más profunda: lo amas. Con torpeza, sí. Con miedo, sí. Pero lo amas. Y eso te consuela.
Luego menciona que se va. No es la primera vez que lo dice. Cada vez que lo repite, sientes una punzada en el alma. ¿Cómo que se va? ¿Y tú qué harás sin Él? ¿Cómo te mantendrás en pie si no está a tu lado para corregirte, para mirarte con esa mirada que te levanta incluso cuando te hundes en tus miserias?
Pero entonces, dice que volverá. Y que enviará un Espíritu. No sabes bien qué significa eso, pero confías. Si Él lo dice, será verdad.
Tu mente es torpe. Tu corazón, a veces, también. Pero tu amor es real. A pesar de tus fallos, hay en ti un deseo ardiente de no dejarlo nunca.
Y cuando le oyes decir:
«La paz os dejo, mi paz os doy»,
una lágrima te nace sin querer. Porque tú no tienes paz. Tienes miedo. No lo entiendes del todo. Pero Él… Él transmite una paz que no depende de las circunstancias. Y tú la deseas. Con todo tu ser.
Lo miras… y quieres hablar. Decir algo. Afirmar tu fidelidad. Pero esta vez callas. Te muerdes las palabras. Porque intuyes que el amor no se prueba tanto con grandes discursos, sino con la fidelidad en la noche.
Entonces Él dice:
«Me voy al Padre… y vuelvo a vuestro lado»
Y tú, Pedro, el fuerte, el impulsivo, sientes por dentro que algo grande está a punto de suceder. No lo entiendes con la cabeza… pero el corazón se te aprieta. Hay un temblor nuevo dentro de ti: no es solo miedo. Es una esperanza que nace, como luz al fondo del alma.
Sabes que no eres digno. Pero también sabes que Él te ama. Y por ese amor, tú estarás allí. No importa cuántas veces caigas. No importa que no comprendas aún del todo. Si Él confía en ti… tú aprenderás a confiar también.
Contemplación desde Juan
Estás recostado cerca de Jesús. Lo observas. Desde muy cerca. Cada palabra suya la escuchas como si fuera la última gota de un manantial sagrado. Lo conoces en su tono, en su mirada, en su respiración. Hay algo en ti que lo capta de manera distinta. Más que entenderlo, lo percibes. Como si tu alma estuviera afinada a la suya.
Y entonces dice:
«El que me ama guardará mi palabra… y mi Padre lo amará… y haremos morada en él»
Y tú lo crees. No hay sombra de duda en ti. Lo crees no porque lo entiendas del todo, sino porque lo has experimentado. Tú lo amas, y sabes que Él te ama. Has sentido esa morada divina dentro de ti más de una vez, como una calidez que se enciende en tu pecho cuando Él te llama, cuando te mira.
Jesús habla ahora del Espíritu, del Paráclito. Tus oídos lo oyen, pero tu alma escucha más allá. Comprendes que vendrá un tiempo nuevo, distinto. Donde no estará físicamente, pero sí presente. Y en ese momento sientes un estremecimiento: “Todo lo que nos ha dicho, el Espíritu lo hará vivir de nuevo en nosotros.” Y eso te da paz. Mucha paz.
Cuando dice:
«La paz os dejo, mi paz os doy»,
sientes que esas palabras se posan sobre ti como un manto suave. La paz de Jesús. Tú sabes cómo es. La has visto en su rostro mientras dormía en la barca en medio de la tormenta. La has notado en su andar firme cuando las multitudes lo buscaban con ansia. La has sentido cuando te ha consolado con solo una mirada. No es una paz vacía: es una presencia. Es una promesa.
Jesús dice que se va… pero que volverá. Y algo dentro de ti se abre, como una flor al sol. Tú sabes que Él no miente. Que volverá. Y que, de alguna manera, ya está volviendo, incluso antes de irse. Porque te deja su Espíritu, y te deja esta paz viva, que empieza a morar en ti.
Tú, Juan, no necesitas hablar mucho. Guardas sus palabras. Las recoges como quien junta perlas una a una. Cada frase suya es un tesoro que después meditarás una y otra vez, como has hecho siempre.
Tu corazón arde… pero no con agitación. Arde con una llama tranquila, constante.
Te basta con estar cerca. Con permanecer. Con amarle en silencio.
Y mientras lo escuchas hablar del Padre… ves en su rostro algo que te emociona profundamente: un gozo sereno, una nostalgia divina, un anhelo de regresar al hogar eterno. Y tú, que lo amas, te alegras por Él, aunque te duela la idea de su partida.
Te quedarás. Y esperarás. Y amarás.
Porque para ti, amarle… es el único camino.
Contemplación desde Tomás
Estás sentado entre los demás, con el cuerpo algo tenso. Escuchas a Jesús con atención, pero dentro de ti hay un torbellino de pensamientos. No puedes evitarlo: quieres entender. No te basta con escuchar. Quieres que lo que dice encaje, tenga sentido, te atraviese el alma sin dejar lugar a confusión.
Y sin embargo, mientras lo oyes hablar de amor y de morada, de que vendrá el Padre y el Espíritu… algo en ti se conmueve. No lo comprendes del todo, pero una parte tuya desearía poder creer sin ver. ¿Qué significa que Dios habite en nosotros? ¿Cómo es eso de que nos deja una paz distinta de la del mundo?
Miras a Jesús. Le observas. Tu corazón se debate entre la admiración y el miedo a ser defraudado. Pero… Él nunca te ha mentido. Nunca ha jugado con tus expectativas. Lo que ha prometido, lo ha cumplido. Aun así, parte de ti quiere pruebas. Lo amas, sí, pero tu amor necesita apoyo. Quisieras poder tocar lo que promete, ver con tus ojos ese Espíritu del que habla, experimentar de forma tangible esa paz.
Y sin embargo… cuando dice:
«La paz os dejo, mi paz os doy»,
algo en ti se detiene. Como si el mundo se hiciera silencio por un instante. Y en ese hueco de calma… la paz llega. No como una explicación, no como un razonamiento lógico. Sino como un susurro que acaricia tu alma inquieta.
Lo miras y ves que Él está en paz. Y eso te impacta. Sabes que Él sabe lo que se avecina. Y sin embargo… no se turba. No se acobarda. ¿Será eso lo que quiere darte? ¿Una fuerza que nace de lo alto y que no depende de tenerlo todo claro?
Jesús menciona que se va, y eso te duele. Porque aunque aún no comprendes del todo lo que va a suceder, sabes que su partida implicará oscuridad. Y tú temes la oscuridad. Te da miedo no tenerlo cerca, no poder preguntarle directamente, no poder mirarlo a los ojos cuando dudas.
Pero luego dice que volverá. Que el Espíritu vendrá. Y tú no sabes cómo será… pero una pequeña chispa de esperanza se enciende. Quizá no todo dependa de tu entender. Quizá solo necesites esperar, confiar. Y entonces… creerás.
Te haces un compromiso interior:
“Aunque no entienda, me quedaré. Aunque dude, no huiré. Aunque tarde, esperaré.”
Porque en el fondo… tú también lo amas. Profundamente. Y ese amor, aunque herido por la razón, se sostiene.
Oración final
Señor,
te has sentado junto a mí
y has susurrado al alma
palabras de amor que no pasan.
Has dicho “paz”
y algo dentro se ha silenciado.
Has dicho “morada”
y mi corazón se ha abierto.
No entiendo todo,
pero me basta tu mirada.
No necesito pruebas,
solo tu voz quedándose en mí.
Quédate,
aunque te vayas.
Háblame,
aunque calle el mundo.
Haz de mi interior
un rincón donde tú descanses.
Y de mi vida,
una llama que recuerde
que Tú… nunca te has ido.
Amén.



Escríbeme
siempre que quieras
Ser comunidad es estar para los demás.
En todo amar y servir.
elEvangeliotehabla.com
Un correo diario para que vuelvas a vibrar con una palabra de Dios que te sorprenderá
© 2024. All rights reserved.
En esta web participamos en el programa de afiliados de Amazon, obteniendo ingresos por las ventas realizadas a través de los enlaces a productos de Amazon de nuestra web que cumplen los requisitos aplicables sin que esto suponga un coste para el comprador. Tanto Amazon como el logo de Amazon son marcas registradas de Amazon.com, Inc. o sus afiliados.